Mil disculpas a los distinguidos docentes de esta facultad. Damas y caballeros. Estudiantes y estudiantas. En fin, a todos aquellos que se sintieron, de alguna manera, agredidos, o que vieron agraviada su protegida y diariamente defendida moral.
A todos aquellos que sintieron dañado, de una u otra forma, su enriquecido registro lingüístico, mil disculpas.
Me permito advertirles, aunque de forma absolutamente extemporánea, que mis escritos, a veces, suelen graficar o expresar emociones y vivencias propias de alguien que ha pululado, cual alma en pena, por diversas ramas de este añoso, y no menos frondoso árbol llamado universidad.
Que duda cabe de que me estoy refiriendo a una de las conversaciones de pasillo publicadas, impertinentemente, en un fichero.
Al participarles a ustedes de una conversación que debió ser confidencial, y que no vi dolo alguno al momento de publicarla, no podía suponer que el lenguaje usado por dos personajes que se suponen estudiantes, iba a llegar a ser considerado burdo por algunas eminencias de la lengua española, y que, sin mediar aviso, se pasean sin darnos la oportunidad de conocerlos en plenitud. Me imagino sus conversaciones. Cuán ricas en epítetos y adjetivos calificativos, así como en expresiones de jolgorio y cólera, serán aquellos coloquios entre tales diccionarios bípedos.
Quizás, pensando también en quienes siendo legos en temas lingüísticos rasgaron vestiduras, defendiendo el idiosincrático léxico del estudiante de pregrado, debí haber dejado constancia, previamente, de que no se trataba precisamente de una conversación entre dos monjas descalzas, ni de dos embajadores en una cumbre, ni de dos médicos en el quirófano. Aunque me imagino, con mucha suspicacia, sus expresiones cuando, por ejemplo, una de las monjas descalzas pisa una piedrecilla; o cuando un embajador no logra cumplir con su cometido; o cuando uno de los médicos, accidentalmente, se corta mientras pensaba en su suegra.
Sólo me queda pedirles disculpas por mi atrevimiento. Debí haber buscado otra instancia para publicar, u otro lugar para participarles algo. Quizás una micro, una pared o un baño; a lo mejor ni siquiera debí publicarlo.
Creo que el daño causado no tiene enmienda posible. Y, por lo tanto, debo pedir perdón. Perdón por escribir lo que sentía, y no hacerlo pensando en lo que cada uno de ustedes sentiría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario