sábado, 7 de febrero de 2009

VII. OLOR A CENSURA (dic.2000)

Antes de comenzar con lo referente al título que está arriba, debo pedirles disculpas una vez más, ya que reincidí en un ilícito imperdonable. Exponer conversaciones de pasillo, protagonizadas secretamente por dos alumnos, no debió haberse convertido en un mal hábito de un pseudo escritor que, al carecer de leit motiv, se aprovechó de la liviandad de sus protagonistas para conversar sin reparar en los agudos oídos de este.

No creo que sean muchos los lectores que se atreven a perder el tiempo, parados frente a este fichero, para leer estas hojas. Aunque me agradaría que fueran muchos más que los compañeros a los que insisto en que los lean. Por eso es que no digo PERDON A LOS ALUMNOS DE ESTA FACULTAD!, y en cambio digo PERDON A LOS ALUMNOS QUE TUVIERON LA GENTILEZA DE INTERESARSE POR ESTAS HOJAS!.

Debo pedirles perdón por haber atentado contra sus ojos. Ya que bastante tienen con todo lo que tienen que “no ver”, aunque sea evidente; bastante dañados están ya, obligándolos a enceguecerse frente a diversas cuestiones que afectan al alumnado y que no figuran como ítemes a sondear en los instrumentos de evaluación.

Vuestros nobles y ansiosos ojos, no deben ser mancillados con términos soeces publicados sin objetivo alguno. Sino más bien deben ser curados y limpiados de tanto polvo, ese polvo de tiza antigua que llenaba, y llena, los pizarrones de frases y preceptos que demuestran la sagrada sabiduría de quienes tienen en sus manos nuestros destinos como profesores, y nuestras calificaciones como alumnos. Esas calificaciones que están determinadas, en muchos casos, por la sumisión y pasividad que demuestren los auditores frente a los axiomas que les exponen.

Pero lo que me ocupa en esta misiva al viento es lo del título, que se me vino a la mente al analizar las reiteradas desapariciones de la última publicación.

La verdad es que cuando me decidí a publicar lo que encontré en mis disquetes, asumí que podían estar afectos a rayados, críticas, y hurtos nobles de quienes no podían fotocopiarlas. Así, asumí con humildad las correcciones que se hicieron a algunos errores ortográficos, los que desde luego agradezco. También

escuché los comentarios que me hicieron mis más cercanos compañeros, y que generalmente fueron favorables. A pesar de todo las publicaciones siempre permanecieron, por lo menos, un par de días en el fichero.

Sin embargo, la última publicación, quizás una de las pocas en que las críticas iban destinadas a la los estudiantes, fue objeto de una reiterada desaparición, digna del Mago Oli, ya que siempre volvía a aparecer (hasta que se me acabaron las copias). Es así que las hojas no duraban una tarde en el fichero, cosa inusual para una publicación (puesto que quedaba el espacio, lo que prueba que no era para poner otra).

Es posible pensar en la palabra CENSURA, pero sería grave pensar, entonces, en que existen entidades protectoras que suelen, en el anonimato, privar a los estudiantes de la lectura libre. Sin duda que el lenguaje soez utilizado en las “Conversaciones de Pasillo” no le agradó a algunos, ya que se convertía en un elemento distorsionador del léxico que recién comienzan a desarrollar los estudiantes. Pero no creo que justifique la actitud cuasi inquisidora de quien se arroga la potestad para privar al resto de distorsionarse. Me viene a la memoria el nombre de la Rosa, no quiero decir que la Rosa sea cartucha, me refiero a la película (espero que la hayan visto, para evitarme contarla).

Ya lo he dicho antes, nos tratan como niños, y no digo “pendejos” para que no venga de nuevo el o la susodicha a las andadas. Nos hablan de desarrollar nuestra creatividad, el pensamiento divergente y un montón de “leseras” que no se aplican en las salas, y que peor aún, son conductas castigadas severamente al tildar al librepensador de conflictivo o, simplemente, de no tener los cursos ni postítulos del docente que está al frente.

La verdad es que pensé en castigar a los protagonistas de las conversaciones, haciéndolos desaparecer del teclado, pero serían capaces de sacarme la “ñoña” si les tapo la boca. Así es que optaré, para la próxima, por colocar una advertencia que diga “Prohibida la lectura a quienes estén aprendiendo a hablar”.

Y, por si acaso, si quiere una hoja pídamela a mi E-mail, no “lesee” con las hojitas!.

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