sábado, 7 de febrero de 2009

XIX. REFORMAR LOS PEDAGÓGICOS... Y ALGO MÁS (Respuesta a Carlos Neely, 2001)

Mucho se ha dicho -habría que preguntarle a los estudiantes de pedagogía de los ’60- que la formación en los pedagógicos no es suficiente; que uno no sale lo suficientemente capacitado como profesor, y digo “uno” porque también soy un estudiante de pedagogía (Educación Básica). Generalmente se habla de una formación poco pertinente -y no digo “impertinente” para no herir susceptibilidades- para efectos de la modernidad.

Ahora bien, todos sabemos de los acelerados, magníficos y bienvenidos avances en distintas áreas, como la tecnología, área madre de la ciencia y la medicina, las comunicaciones (y sus medios); la psicología, ahora cualquiera, aunque con mesura, critica a Piaget, ni hablar de los dinosaurios (cómo le han dado a Freud...). En fin, como dice la canción, esa que le sirvió a la izquierda para sensibilizar a la gente, y ahora le sirve a la derecha para ganar los votos... de la misma gente, “cambia, todo cambia”. Y salimos cada día de nuestras casas encontrándole la razón a Toffler, soportando el chock del futuro, encontrando un edifico nuevo frente a nuestro jardín, o encendiendo un televisor cada vez más delgado; o comentando la clonación de un animal bípedo, distinto de la ovejita Dolly. Y asimismo, en las universidades se van modificando, cada año, los planes curriculares, para sacar al mercado los mejores ingenieros, los médicos más actualizados, los arquitectos más creativos.

Queda claro que cada institución compite -qué bonita es la competencia, aunque a algunos sólo les gusta cuando saben que ganan mucho dinero-, cada institución de formación, por formar de la manera más pertinente y moderna a sus alumnos. Y a nadie se le ha ocurrido adjudicarle esta responsabilidad al estado (al que le pretenden quitar cada vez más responsabilidades), cada empresa se preocupa por ofrecer un producto que no esté caduco, por su propia iniciativa. Pues, por qué el estado debe intervenir en las políticas educacionales de las universidades, si no son éstas quienes se acercan a pedir apoyo?. Es más, por qué para formar mejores profesores, una universidad debe pedir recursos al estado? y para formar ingenieros o médicos se las arregla solita? Tal vez es una discusión que no ha terminado y, lo más triste, no terminará por lo menos dentro de los próximos 100 años, ya que la famosa “plusvalía” la vienen balanceando desde antes que apareciera el nazareno circunciso.

Con orgullo puedo decir que mi alma mater es la Universidad de Concepción, cuya facultad de educación se anticipó a los cambios y puso en marcha un proyecto integral de formación inicial de profesores, con el que concursó, junto a otras instituciones, por un fondo ofrecido por el estado, en buena hora fue ganado, ya que nuestro directorio universitario poco sabía de la existencia de las pedagogías, extraño cuadro de amnesia que refleja la actitud de la sociedad, esa que paradójicamente sobrevalora la función del profesor y que, por otro lado, no le retribuye su labor con un chequecito más o menos atractivo, y con una jubilación digna de quien sirvió al país -a propósito!, en las fuerzas armadas se jubila con veinte años de servicio-.

Por último, es responsabilidad del estudiante de pedagogía formarse integralmente, leyendo y analizando diversos paradigmas, adquiriendo herramientas y creando estrategias para ser eficaz en su labor. La universidad, por su parte, debe preocuparse de proporcionar los mejores recursos instruccionales, renovando su planta docente, dándole tiraje a la chimenea, terminando con las cátedras añejas, con auditorios mirando nucas. Y, lo más importante, es que las instituciones comiencen a escuchar la opinión de sus alumnos. Tenemos mucho que decir.

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